Ecosistemas de la lectura

Concepto

 

Por ecosistemas de la lectura suele entenderse el mundo de la creación, el de la enseñanza, el de la biblioteca y el de la producción y consumo de libros y otros dispositivos de lectura, como explicamos más adelante. En este sentido, ecosistema vendría a equivaler al concepto de campo tal como lo define Bourdieu.

El sociólogo francés P. Bourdieu (1992) estableció como concepto central de su teoría el de campo, partiendo de la analogía con este concepto en física. Así, sostuvo que los campos sociales son espacios de juego históricamente constituidos, con sus instituciones específicas y sus leyes de funcionamiento propias. Lo importante es que, como en el juego, subyacen una serie de reglas y que el sistema tiende al dinamismo, a actualizar distintas potencialidades, y que, dentro de este juego, se confrontan poderes, capitales, etc. En lo relativo al arte y la cultura, no hay un arte unívoco, sino producciones legitimadas y aceptadas por los grupos hegemónicos o bien producciones de los grupos subalternos en interacción con aquellas. Así que, por muy autónomo que parezca el objeto o el bien cultural de que se trate, por ejemplo, la literatura, el patrimonio histórico..., no hay campo que sea independiente de lo que se juega en su exterior. Los conflictos que se desarrollan tienen una lógica interna, pero el resultado de las luchas económicas, sociales y políticas externas al campo pesan mucho en relación con el resultado de las relaciones de fuerza internas; por ejemplo, los «herejes» del campo literario podrán encontrar un apoyo en la emergencia de nuevas clientelas, vinculadas a ciertas transformaciones del sistema escolar. El campo literario o cultural es el espacio resultante de todas estas mediaciones. Y, sobre todo, no es campo plácido o en armonía, sino dominado por los conceptos de rivalidad y competición.

 

Análisis

 

La teoría del campo de P. Bourdieu deriva (A. T. Martínez, 2008) en una especie de topología social, basada en la noción de un espacio no cuantitativo, donde lo que interesa son las relaciones de orden y de posición entre los elementos de las distintas partes del espacio o campo de juego. Por tanto, no interesa la figura o posición aislada, el individuo, lo singular, sino la red de relaciones o principios relacionales y la configuración o construcción mental que seamos capaces de establecer. Es decir, lo que importa son las conexiones, las interacciones entre los puntos, el que exista un centro y una periferia, unos textos hegemónicos y unos textos marginales, que se corresponden con la visión social de unas clases dominantes y unas clases subalternas.

Esta idea de Bourdieu y de Cassanova acerca de que, dentro de un campo, lo que hay son zonas en conflicto se puede ilustrar, a propósito de la lectura, con la descripción de J. Aguirre (2011), quien compendia lo que podríamos denominar «macrocampos» relacionados con el mundo de la cultura escrita, que estarían integrados por los siguientes sectores principales: 1. Creación. 2. Productivos, distributivos, consumidores. 3. Educativos (en sentido amplio). 4. Clasificadores.

En apariencia, el enfoque de esta división es puramente sincrónico y funcional, pero puede ser también histórico-descriptivo si aplicamos a estos subsistemas principales que configuran el sistema de la lectura las teorías de Bourdieu o la teoría de los «polisistemas» de Even Zohar (1990). De forma, pues, sincrónica, el sistema literariocultural es entendido por J. Aguirre como el conjunto de prácticas y movimientos de circulación que rodean la producción, la distribución y el consumo de los textos en nuestra cultura, que conforman esas zonas de conflicto, con ejes muy diversificados, en que priman unas veces el individuo, el placer, el ingenio, la capacidad de emprender (incluyendo la heterodoxia), y otras veces, al contrario, lo colectivo, la socialización, la legitimación social, la ortodoxia; o bien el eje que describe la producción material, el beneficio, la conservación de los bienes, la inclusión o exclusión en una tradición, canon o repertorio.

A. Martos (2009) adaptó las ideas de Bourdieu (1999) y de M. Douglas (1970) para describir ecosistemas de la lectura sobre la base de una cuadrícula. Es un esquema que vienen a reforzar las tesis de Chartier, al defender como polos complementarios textualidad del libro y materialidad del texto o, dicho de otro modo, cómo la cultura material en torno al libro, de un lado, y los valores de cosmovisión, poética u originalidad, de otro, se dan como posibilidades reales dentro de este campo de juego, que Cervantes lleva al extremo gracias a una calculada ambigüedad y a hacer converger continuamente la cultura letrada más refinada con el saber popular de raíz local. Por eso, el Quijote es un compendio o una especie de enciclopedia de la cultura escrita de la época y, por lo mismo, una especie de máquina de plantear preguntas sobre todo lo que rodea a la cultura escrita, esto es, a la mente letrada en el sentido de Olson (1994), que usa la escritura para autocomplacerse en esos pensamientos e historias, fingidas o reales, que llevan hacia el mundo interior, hacia la autoconciencia.

 

 

Esta distribución en cuatro zonas revela la distinción del campo o ecosistema de la lectura en cuatro sectores principales: creación, educativos (en sentido amplio), clasificadores y productivos-distributivos-consumidores. Según A. Martos (2009), la complejidad que se produce de relaciones entre los cuatro campos se reduce a una serie de dualidades y ejes contrapuestos. Es verdad que las zonas del ingenio y de la instrucción tienen más que ver con la esfera intangible, con los procesos y la generación de contenidos, y afectan por tanto a los valores, los individuos, la alfabetización como socialización y sus sponsors; por el contrario, las zonas de la preservación y la producción, esto es, las bibliotecas y lo que se conoce como industria o economía de la lectura, se relacionan más con los productos o documentos, con lo tangible o acabado.

 

Esta cuadrícula sí nos permite una clasificación ágil de los elementos y eventos propios de la cultura escrita en general, según los parámetros de los nuevos estudios de literacidad, y posibilita reconocer su complejidad y dinamismo.

  • En el ecosistema A, lo que podemos considerar como cultura de la creación, elingenio o el emprendimiento, la forma de apropiación es diferente a la recepción del texto en el ámbito letrado o académico: los participantes potenciales son escritores noveles, jóvenes y toda clase de ciudadanos; sus escenarios pueden ser la calle, el teatro, los cafés, los espacios juveniles; los artefactos pueden ser los libros, pero sin duda aparecen muchos otros gadgets, dispositivos electrónicos, novelas gráficas, esto es, textos influidos cada vez por la intermedialidad; finalmente, las actividades o rutinas ya no se encapsulan en los formatos clásicos, pues los talleres, performances y otros tipos de actividades se combinan con las actividades convencionales de recitales, presentaciones de libros..., y en ellas se generan prácticas culturales alternativas.
  • En el ecosistema B, que podemos considerar como cultura de la instrucción, reconocemos más las formas tradicionales de la cultura letrada: los participantes son profesores, alumnos, académicos...; sus escenarios también están acotados en aulas, salones de actos...; los artefactos son variados, pero sigue siendo el libro el referente básico; finalmente, las actividades o rutinas están pautadas, dentro de lo que se llama precisamente la lectura y la escritura académica. Esta contraposición en absoluto quiere decir que la cultura de la instrucción se contraponga en todo a la cultura del ingenio, simplemente que esta se caracteriza por los emprendedores, las iniciativas, individuales o de grupo, en suma, por el pensamiento divergente y la innovación; es lugar común que las instituciones, y las educativas en particular, van más lentas o muy por detrás de los cambios sociales más innovadores, de ahí esta contraposición puramente situacional entre ingenio e instrucción. 
  • Los ecosistemas C y D tienen que ver con la preservación y la producción, por tanto afectan a la cultura de la memoria y la conservación, y de la producción de los elementos. La cultura del ingenio y también la socialización dan un valor de uso a los eventos de lectura, es decir, proporcionan identidad y conforman valores legitimadores; la producción material de libros u otros artefactos relacionados con la lectura y la escritura lo que genera es un valor de cambio, por el cual los textos son tasados y puestos en el mercado según factores y políticas que, a menudo, poco tienen que ver con los otros campos. El ecosistema de la preservación tiene mucho que ver con los sistemas de información en cada época, con su almacenamiento, pero ya sean las bibliotecas tradicionales o los modernos sistemas digitales, en realidad lo que otorga es un plus o valor añadido al ponderar en un libro, producto o artefacto, si debe ser conservado y cómo; es tributario de los sistemas anteriores, pues el canon de lecturas no es algo que hace el bibliotecario, ni de él depende la generación de los grandes corpus que conforman la cultura letrada, ni su edición o distribución: se limita a organizarlos y conservarlos o desecharlos, pero ya ese mismo manejo –por ejemplo, la operación del expurgo, tantas veces citadas en el Quijote– implica una forma de crítica o enjuiciamiento. 

 

Con todo, la misma idea de biblioteca o archivo implica la necesidad que tiene una cultura de asegurar su longevidad (Lotman, 1979), es decir, su memoria; por eso mismo, las bibliotecas y los archivos son museos letrados que ponen en valor la lectura y la escritura como patrimonios materiales e inmateriales. En otras palabras, no son simples tesoros del saber, espacios de sabios, sino, cada vez más, dominios públicos de vital interés para los ciudadanos. Así, el conocimiento y la cultura letrada se han convertido en esos bienes comunales del siglo xxi (procomún), que pasan de situarse solo en un contexto de mercado o científico a formar parte activa de la vida social y ciudadana. Las áreas resultantes no son territorios o parcelas tangibles del mismo modo que lo son los barrios o zonas que se acotan a menudo en las investigaciones sociales. Más bien se trata de áreas o campos complejos donde juegan los valores inmateriales (el discurso social, las vinculaciones con el poder, o las relaciones entre sistemas culturales hegemónicos y otros más marginales, según describe la teoría de los «polisistemas» (Even-Zohar, 1990), y también los materiales, por ejemplo, el valor económico de los productos y la industria cultural. Chartier (2004) insiste en entrelazar la naturaleza material y a la vez inmaterial de los procesos y productos de lectura y escritura, y eso se puede documentar no solo en las épocas clásicas que estudia el historiador francés, sino en los contextos actuales, donde los contenidos y los continentes se emparejan buscando no solo best sellers de consumo rápido, sino también ahormar el gusto literario o, como se dice en terminología empresarial, fidelizar clientes.

Implicaciones

 

Los ecosistemas de la lectura, a saber, el mundo de la creación, de la enseñanza, de la biblioteca y el mundo de la producción y consumo, siguen cada uno inercias distintas, y las prácticas históricas se superponen con las más modernas, sin crear síntesis o formas de interrelacionarlas. Son las demandas sociales las que introducen pequeños pero significativos y continuos cambios, que hacen emerger nuevos usos o actividades. Dice J. M. Barbero que solo podemos salir de la impotencia mediante estrategias activas y participativas, y aquí la escritura juega un papel fundamental.

La industria clásica relegaba al lector a un papel pasivo, pero las nuevas corrientes educativas y también de la cultura digital ponen el énfasis en el lector que recrea, o, como se ha dicho, en el «escrilector». Eso es importante porque apropiarse de la lectura es apropiarse también de la palabra, tener palabra propia, para contar la propia historia u opinión. Esto, con la interactividad, las redes sociales, etc., está en plena efervescencia, pero es preciso, como dice Martín Barbero, que la escuela oriente el aprendizaje de las competencias básicas hacia un cultivo distinto e integrado de los alfabetismos clásicos y de los nuevos alfabetismos. Al integrar, fomentamos un lector polialfabetizado y culto en el sentido de que podrá discriminar y manejar diversos referentes, lenguajes y soportes. A este respecto, es evidente que no es lo mismo (re)pensar al sujeto de la alfabetización como un lector informal, un alumno, un usuario de una biblioteca o como un simple cliente, y que los mediadores tienen por ello una gran responsabilidad. Tal vez por eso las prácticas más interesantes son a menudo las fronterizas o liminares, las que rebasan estos esquemas, como el escritor en el aula, el bookcrossing y tantas otras, o sea, las que son híbridas o se mueven de forma anfibia; por ejemplo, muchos eventos o talleres de lectura son ofrecidos como prácticas reguladas (en ocasiones dentro de un plan de estudios) o desreguladas, por ejemplo, una tertulia.

En síntesis, las zonas del emprendimiento-ingenio y de la instrucción-socialización tienen más que ver con la esfera personalizada e intangible, con los procesos psicosociológicos y culturales; por el contrario, las zonas de la cultura material y de la preservación, esto es, el mercado y los archivos y bibliotecas, se relacionan más con los productos tangibles y con su venta, conservación y depósito. Así, un mismo artefacto, un libro, no funciona del mismo modo si se usa en el ámbito privado, vinculado a una axiología que lo ponga en valor, por sus valores intrínsecos, como bien cultural, estético, o por su uso escolar o académico. También es diferente la percepción del libro como mercancía o bien económico, o como un documento que pueda ser inventariado, catalogado o recuperado, en el sentido documental del término.

 

Referencias

 

Barbero, J. M., 2005; es el mismo?

Martín Barbero, J. (2005), «Los modos de leer», en Rincón, O. (comp.), Semana de Lectura CERLALC, Centro de Competencia
en Comunicación para América Latina. Bourdieu, P. (2005 [1999]), Intelectuales, política y poder, Buenos Aires: Eudeba.

Chartier, R., 2004; NO COINCIDEN FECHAS

Chartier, R. (1984 c), Urban reading practices, 1660-1780, en Martin, H.-J. y Chartier, R. (eds.), Histoire de l’édition française, vol.
2, pp. 402-429, Paris: Promodis.

Chartier, R. (1993), Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Madrid: Alianza.

Chartier, R. (1994), El orden de los libros: lectores, autores, bibliotecas en Europa 520659 _ 0680-0744.indd 697 14/06/13 10:33
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Chartier, R. (2001), «¿Muerte o transfiguración del lector?», Revista de Occidente,
n.º 239.

Douglas, M., 1978; NO COINCIDEN FECHAS

Douglas, M. (1970), Símbolos naturales: exploraciones en cosmología, Madrid: Alianza.

Even-Zohar, I. (1990), «Polysystem Studies», Poetics Today, 11, n.º 1 (volumen monográfico).Lotman, Y. (1979), Semiótica de la cultura, Madrid: Cátedra.

Martínez, A. T., 2008; NO EXISTEN COINCIDENCIAS

Martos García, A. (2009), «Hacia una conceptualización de la cultura escrita: contextos y prácticas letradas en/desde el Quijote», Ocnos, n.º 5, Universidad de Castilla-La Mancha.

Fecha de ultima modificación: 2014-02-06